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Foto del escritorNullié Yoga

DIARIO I (Esp, Eng)

Actualizado: 4 nov 2024

(English version below)


En la serie "Diario" comparto aspectos de mi práctica basados en mi vida. Experiencias, desafíos y reflexiones personales.


ALMA Y CORAZÓN EN SOLITARIO. PARTE I


Hoy, al despertar, hice mi práctica diaria, un simple rezo que aprendí de SS Dalai Lama, hace varios largos años. Antes, en mis mañanas meditaba por dos horas, junto a mi esposo. Pero mucho ha cambiado desde que nació nuestra hija. Tanto, que es difícil de poner en palabras. Esencialmente ha sido mi capacidad de amor, de expansión, aunque no es en ello en lo que profundizaré hoy.


Hubo otro gran cambio, junto a la maternidad, que me abrió una puerta pesada y dolorosa de algo que vivió desde siempre en mí, pero que hasta mis 33 años solamente me había regalado su parte más iluminada: La soledad.

Respiro y recuerdo y siento en mi presente todas las bondades que la soledad me ha entregado. Durante mi infancia, me hizo independiente. Me hizo querer ver el mundo sin mirar atrás y ello me mostró un universo deslumbrante donde realmente pude encontrar la esencia de lo que soy. Encontré la soledad pura de quien viaja, la soledad de las calles, aviones y ciudades. La soledad de la distancia con todo lo que era familiar. Me sentí tan fuerte que al mirar atrás, al mirar esa soledad de mis primeros años, solamente sentía gratitud y significado. Sentía que la soledad era mi aliada, que me era conocida, y que había alimentado el motor que necesitaba prenderse para poder cumplir mis sueños.


La soledad de mis primeros años. Por mucho tiempo ni siquiera reflexionaba en ella. Tomando un respiro (...) comienzo a escribir esta parte.

Desde que tenía cortos 8 meses, comencé a vivir con mi abuela materna, Julia. Mi madre y padre trabajaban para poder darnos la dignidad de una casa en un barrio nuevo, una forma de comenzar otra vez. De salir del destino que la pobreza nos tenía preparado.

La casa en la que mi familia vivía de momento, no era apropiada para una bebé y dos hijas pequeñas, mi madre y padre sufrían los estragos de una sociedad injusta en su educación, posibilidades y derechos. Por ello un día, mi abuela, alentó a mi madre a que trabajara

-saliendo del rol de ama de casa- con la bien fundada intención de que nos sacara de la situación actual en la que estábamos. Viviendo en un lugar que no se podía llamar hogar. Donde el frío de Santiago nos condenaba a todos los riesgos que se apoderan de la vida bajo el manto de la pobreza: los abusos, la vergüenza, la rabia y el dolor. "Salga a trabajar con fortaleza, hija, yo cuidaré a nuestra niña" (así fue descrita la frase por mi madre).


Fue mi abuela la que inició, con esas palabras, todo lo que soy hoy en día. Quizás lo que siempre fui, desde el cosmos. Desde mucho antes de todo esto.


Mi vida con mi abuela, abuelo, tía y primo fue feliz. En ello se basan mis recuerdos del día a día. Me amaban. Me cuidaban. Veía a mi madre quizás diariamente, en la noche, a veces mi padre también venía. Sentí, con el tiempo, una conexión cada vez más débil con ellos, aunque sé y siempre supe que su amor era profundo. Hoy miro atrás y sé que mi cerebro simplemente hacía su trabajo. Mamá no estaba y dentro mío se estaba tallando un dolor que me toca sanar ahora, en esta estación de mi vida. Y no antes.

Sufrí de niña, la falta de mi madre. La sufrí como la sufriría cualquier bebé, cualquier persona en sus primeros años. Recuerdo haber tenido miedo a muchas cosas por estar lejos de ella. Miedo a ir a cumpleaños, a que nadie me dé una mano. Miedo a no ser parte activa de la dinámica de familia -una vez ya de vuelta viviendo con mi madre, padre y dos hermanas-. Miedo a no ser parte. Miedo al día a día, a que ella no estuviera. Miedo a la soledad de estar lejos de mamá. Miedo. Terror. Dolor. Desconsuelo.

Viví lejos de mi familia hasta los 6 años y medio. Mi abuela murió de cáncer un año antes, dando todo de ella por mí, me cuidó en sus años finales con la poderosa determinación que solamente nutre el linaje materno. Y ese cuidado fue su legado. Junto a mi tía, me mantuvieron protegida hasta que, un año después, me reuní con mamá otra vez.


Mamá era y es cálida, amorosa. Con su hija menor, su bebé, mamá es buena. Así fueron mis primeros años reunidas con mamita. Lo recuerdo. Creo que ella sentía tanta culpa y dolor, que este proceso fue incluso más extremo para ella que para mí, en aquel entonces.

Crecí con todo esto en mi corazón, y de alguna forma me hizo fuerte. Me sentí desde siempre conectada con la espiritualidad, ese refugio inherente del alma humana. Pude florecer en mi adolescencia y navegar la vida con el apoyo de mi familia. El dolor de la niña quedó guardado en un lugar muy escondido de mi mente y mi corazón, desde el cual a veces crecían pequeñas plantas poderosas que alimentaban mi alma. De ese dolor de infancia recolecté, durante años, la cosecha más fértil. Quizás fueron la soledad en sí misma y el ejemplo poderoso de mi abuela y mi tía - la tribu de mi madre - las que hicieron que por años nacieran solamente plantas y flores de ese lugar solitario de mis primeros años.


Crecí en mi independencia y con la ayuda económica de mi padre, salí de mi país siendo muy joven.

La soledad, amiga incondicional, me sonreía siempre con su enseñanza. Aprendí idiomas, hice amistades, recorrí países y nunca sentí tristeza por lo que me faltaba de mi ciudad, de mis relaciones, de mi vida anterior. Sabía que en sí, la soledad era un recipiente para lo nuevo, para la incertidumbre. Mi corazón sabía que en soledad podía hacer la introspección necesaria para vivir todo aquello que quise vivir: viajes profundos de maestras y maestros de tierras lejanas, sentir en mi ser la generosidad del Buda y su sabiduría, los retiros de silencio y las lágrimas sobre lo que con alegría dejaba atrás para vivir mi propia vida, cuando ya las ataduras naturales a la vida familiar nuclear habían -desde siempre- sido tan borrosas y casi inexistentes.

Siempre supe que el amor de mi familia traspasaba el estar juntos en el día a día. Y ese fue un regalo poderoso que las lágrimas de esa niña, de esa bebé, me entregaron para siempre. Había amor, pero también espacio para salir del nido y ver el mundo. En solitario.


Así vi el mundo. Sonreí con orgullo. Aplaudí mi vida tal como había sido, con plenitud. Con la soledad dándome su mejor versión y asistencia. Su respaldo. Su beneficio.

Sentí agradecimiento hacia mi historia.


Todo se transformó con la llegada de Indira, mi hija. Hoy la soledad me ha mostrado otros colores más dolorosos, difíciles de transitar.

Había más con lo que re encontrarme al mirar la niña que fui.

Habían partes guardadas que no tenían simplemente flores y plantas bondadosas para ofrecerme.

También había dolor, desamparo. Desesperación y una tristeza basal.


La práctica, la meditación y la consciencia sobre mi vida y quién soy, me han hecho poder navegar la plenitud de esta pena, con honestidad, gracia y valentía.


Continúo en ello mañana, en otra entrada del blog. Ahondaré sobre lo más profundo de la espiritualidad, que me ha permitido relacionarme con la totalidad de lo que ha sido mi vida. Con los aspectos negativos de la infancia que cada ser humano guarda en su cuerpo, corazón y mente.

Y como nuestra naturaleza es tan pura, en cada dolor profundo se guarda la semilla de la paz y felicidad más trascendente.



Con amor,

Polly

Om namah shivaye


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DIARY


In the series "Diary," I share aspects of my practice based on my life. Experiences, challenges, and personal reflections.


SOUL AND HEART IN SOLITUDE. PART I


Today, upon waking, I did my daily practice, a simple prayer I learned from His Holiness the Dalai Lama many years ago. Before, I would meditate for two hours in the mornings with my husband. But much has changed since our daughter was born. So much that it’s hard to put into words. Essentially, it has been my capacity for love, for expansion, although that’s not what I will delve into today.

There was another great change, alongside motherhood, that opened a heavy and painful door to something that had always lived within me, but until I was 33 years old had only given me its most illuminated side: Loneliness.


I breathe and remember and feel in my present all the gifts that loneliness has given me. During my childhood, it made me independent. It made me want to see the world without looking back, and it showed me a dazzling universe where I could truly find the essence of who I am. I found the pure solitude of the traveler, the solitude of streets, planes, and cities. The solitude of distance from everything that was familiar. I felt so strong that when I looked back, at that loneliness of my early years, I only felt gratitude and meaning. I felt that loneliness was my ally, that it was known to me, and that it had fueled the engine I needed to ignite in order to fulfill my dreams.


The loneliness of my early years. For a long time, I didn't even reflect on it. Taking a breath (...) I begin to write this part.

Since I was just 8 months old, I began living with my maternal grandmother, Julia. My mother and father worked to provide us with the dignity of a home in a new neighborhood, a way to start over. To escape the fate that poverty had prepared for us.

The house my family lived in at the time was not suitable for a baby and two little daughters; my mother and father suffered the ravages of an unjust society in their education, opportunities, and rights. So one day, my grandmother encouraged my mother to work—stepping out of the role of housewife—with the well-founded intention of getting us out of the current situation we were in. Living in a place that could not be called home. Where the cold of Santiago condemned us to all the risks that take hold of life under the mantle of poverty: abuses, shame, rage, and pain. "Go out and work with strength, daughter; I will take care of our little girl" (this is how my mother described the phrase).


It was my grandmother who initiated, with those words, everything I am today. Perhaps what I have always been, from the cosmos. Long before all of this.


My life with my grandmother, grandfather, aunt, and cousin was happy. This is the basis of my day-to-day memories. They loved me. They cared for me. I saw my mother perhaps daily, in the evening; sometimes my father would come too. Over time, I felt an increasingly weak connection with them, although I know and have always known that their love was deep. Today I look back and know that my brain was simply doing its job. Mom wasn’t there, and within me, a pain was being carved that I need to heal now, in this season of my life. And not before.


As a child, I suffered the absence of my mother. I suffered it like any baby or person would in their early years. I remember being afraid of many things because I was far from her. Fear of going to birthday parties, of not having anyone to lend a hand. Fear of not being an active part of the family dynamic—once I was back living with my mother, father, and two sisters. Fear of not belonging. Fear of the day-to-day, of her not being there. Fear of the loneliness of being away from Mom. Fear. Terror. Pain. Despair.


I lived away from my family until I was 6 and a half years old. My grandmother died of cancer a year earlier, giving everything of herself for me; she cared for me in her final years with the powerful determination that only nourishes the maternal lineage. And that care was her legacy. Together with my aunt, they kept me safe until, a year later, I reunited with my mom again.


Mom was and still is warm, loving. With her youngest daughter, her baby, Mom is good. That’s how my first years were together with Mommy. I remember it. I think she felt so much guilt and pain that this process was even more extreme for her than for me back then.

I grew up with all of this in my heart, and in some way, it made me strong. I always felt connected to spirituality, that inherent refuge of the human soul. I was able to blossom in my adolescence and navigate life with the support of my family. The pain of the little girl remained hidden in a very secluded place in my mind and heart, from which small, powerful plants sometimes grew that nourished my soul. From that childhood pain, I collected the most fertile harvest for years. Perhaps it was the solitude itself and the powerful example of my grandmother and aunt—the tribe of my mother—that made only plants and flowers grow for years from that lonely place of my early years.


I grew in my independence, and with my father's financial help, I left my country at a young age.


Loneliness, my unconditional friend, always smiled at me with its teaching. I learned languages, made friendships, traveled countries, and never felt sadness for what I lacked from my city, my relationships, or my former life. I knew that solitude was a vessel for the new, for uncertainty. My heart knew that in solitude I could do the necessary introspection to live all that I wanted to live: profound journeys with teachers from distant lands, to feel within me the generosity of Buddha and his wisdom, the silent retreats, and the tears over what I joyfully left behind to live my own life when the natural ties to nuclear family life had—always—been so blurred and almost non-existent.


I always knew that my family’s love transcended being together day-to-day. And that was a powerful gift that the tears of that little girl, that baby, gave me forever. There was love, but also space to leave the nest and see the world. In solitude.


This is how I saw the world. I smiled with pride. I applauded my life as it had been, with fullness. With loneliness giving me its best version and assistance. Its support. Its benefit.

I felt gratitude towards my story.


Everything changed with the arrival of Indira, my daughter. Today, loneliness has shown me other, more painful colors, difficult to navigate.

There was more to reunite with when looking at the little girl I was.

There were parts stored away that simply didn’t have kind flowers and plants to offer me.

There was also pain, helplessness. Desperation and a basal sadness.


Practice, meditation, and awareness about my life and who I am have enabled me to navigate the fullness of this sorrow with honesty, grace, and courage.


I will continue this tomorrow in another blog post. I will delve into the deepest aspects of spirituality that have allowed me to relate to the entirety of what my life has been. With the negative aspects of childhood that every human being carries in their body, heart, and mind.

And as our nature is so pure, within every deep pain lies the seed of the most transcendent peace and happiness.



With love,

Polly

Om Namah Shivaye


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